¿Por qué nadie me felicita? ¿Es porque soy feo? Esas palabras retumban en mi mente como un eco persistente. Recuerdo las veces que me dijeron que no era lo suficientemente guapo, que mi apariencia no cumplía con los estándares de belleza de la sociedad. ¿Podría ser cierto que la falta de reconocimiento en mi cumpleaños se deba a mi apariencia?
Me siento abrumado por la duda y la inseguridad. ¿Realmente importa cómo luzco? ¿Es mi valor como persona determinado por mi apariencia física? Las lágrimas amenazan con empañar mis ojos mientras luchan por escapar. Me siento vulnerable, expuesto ante la mirada crítica del mundo.
Sin embargo, en medio de mi tormento emocional, una voz interior comienza a susurrar palabras de consuelo. Recuerdo a las personas que realmente importan en mi vida, aquellas que me aman por quien soy, no por cómo me veo. Son esas conexiones genuinas las que dan sentido a mi existencia, no la aprobación superficial de extraños en las redes sociales.
Decido apagar mi teléfono y alejarme de las pantallas parpadeantes que solo alimentan mi ansiedad. Salgo a dar un paseo, permitiendo que el aire fresco acaricie mi rostro y limpie mi mente de pensamientos negativos. Mientras camino, observo a las personas que me rodean y me doy cuenta de la diversidad de formas, tamaños y colores que componen la belleza humana.
Me detengo frente a un espejo en un escaparate y me encuentro con mi reflejo. Por un momento, me permito ver más allá de los rasgos físicos y adentrarme en lo más profundo de mi ser. Reconozco la fuerza, la bondad y la perseverancia que residen en mi interior, cualidades que van más allá de cualquier estándar de belleza superficial.
Regreso a casa con una nueva perspectiva. Abro mi corazón a la posibilidad de que mi cumpleaños no se trate de la cantidad de “me gusta” que reciba en línea, sino de la gratitud por estar vivo y rodeado de amor genuino. Decido celebrar este día especial de la manera más auténtica posible, con gratitud por todo lo que soy y todo lo que tengo.
Poco a poco, la oscuridad de la duda comienza a disiparse, reemplazada por la luz radiante del autoamor y la aceptación. Aunque el mundo digital pueda ser cruel y superficial a veces, sé que mi valía como persona no se mide en clics o corazones, sino en la profundidad de mi corazón y el brillo de mi alma.