
Cuando vi a Alice por primera vez, se me partió el corazón. Estaba acurrucada en una caja vieja, tendida en el frío camino, completamente inmóvil. El viento era gélido, y el mundo a su alrededor parecía tan frío y sin vida como ella. Alice estaba delgada, débil y sin vida; una visión lastimera que al instante me conmovió profundamente. No podía mantenerse en pie; su cuerpo temblaba sin parar, ya fuera por el frío o por su frágil estado. No estaba seguro de si había estado enferma o si algún accidente la había dejado en ese estado. No sabía cuánto tiempo llevaba allí tendida, pero parecía demasiado.

Al arrodillarme para verla mejor, sentí el peso del dolor de Alice. Sus ojos estaban llenos de tristeza y desesperanza, un grito silencioso de ayuda. Su impotencia era tan palpable que me rompió el corazón. No emitía ningún sonido, pero parecía que sollozaba en silencio, con todo su cuerpo temblando. Vi que luchaba por moverse, apenas con fuerzas para arrastrarse, rodando por el camino en un intento desesperado de llegar a algún lugar. Parecía que no le quedaban fuerzas, pero sus ojos me imploraban ayuda. Parecía pedir: «Sálvame».

No lo dudé. Con mucho cuidado, me acerqué a Alice. Extendí la mano con suavidad y la toqué, y en respuesta, ella tembló, su mirada se fijó en la mía con una expresión de pura desesperación. Fue como si comprendiera que había llegado la ayuda. Sin pensarlo dos veces, la levanté con cuidado y la coloqué en una caja cálida, con la esperanza de que un poco de consuelo pudiera aliviar su sufrimiento. Alice intentó acercarse a mí, pero su cuerpo estaba demasiado débil para sostenerse por sí solo. Era una luchadora, pero su fragilidad contaba la historia de una criatura que había sufrido demasiado. Alice merecía una oportunidad de vivir.

Sabía que tenía que poner a salvo a Alice, así que decidí llevarla a casa, con la esperanza de que el calor y los cuidados le dieran la fuerza que tanto necesitaba. Sin embargo, la atención médica era limitada en la zona, y el estado de Alice empeoró rápidamente. A la mañana siguiente, la llevé a la ciudad, donde un hospital veterinario moderno podía brindarle la atención que necesitaba. Los médicos se conmovieron con la historia de Alice. Le realizaron exámenes exhaustivos y revisaron todos sus signos vitales, y su preocupación por ella era evidente. Todos, incluyéndome a mí, nos preguntábamos cómo alguien podía abandonar a una criatura tan frágil e inocente en su estado.

Los hallazgos de los médicos fueron impactantes. Alice sufría desnutrición severa, deshidratación y daño cerebral. Se reveló que su cráneo había sido frágil desde su nacimiento y que alguien había agravado su condición, dejándola en un estado de extrema vulnerabilidad. Incluso tenía un objeto extraño, una piedra, alojado en su estómago, lo que complicó aún más su ya crítico estado. A pesar de la precaria salud de Alice, los médicos la atendieron con increíble dedicación. Su estado era monitoreado cuidadosamente a diario. Poco a poco, Alice comenzó a mejorar.

En el transcurso de un mes, la salud de Alice comenzó a mejorar. Finalmente pudo valerse por sí misma, y aunque cada paso que daba era una lucha, había esperanza. Para el segundo mes, Alice había progresado notablemente, y los médicos decidieron que estaba lo suficientemente bien como para recibir el alta. En cuanto Alice salió del hospital, sus ojos brillaban, llenos de vida, y estaba lista para el siguiente capítulo. La llevé a casa, emocionada por su nuevo comienzo.

Al llegar, le presentaron a Alice su nuevo hogar. Le había preparado una cama calentita y cómoda, y se metió en ella con alegría. La felicidad en sus ojos mientras descansaba en su nueva cama era invaluable. Era evidente que Alice había encontrado un lugar donde podía sentirse segura, querida y cuidada. Exploró la casa con entusiasmo, corriendo de un lado a otro con entusiasmo, descubriendo cada rincón como si experimentara un mundo nuevo. Cada paso que daba estaba lleno de vida, de alegría y de la promesa de un futuro mejor.

La transformación de Alice fue increíble. Me aseguré de alimentarla con comidas nutritivas que la ayudaran a recuperar fuerzas, eligiendo alimentos fáciles de digerir que nutrieran su frágil cuerpo. En poco tiempo, Alice comía bien y con alegría. También la llevaba al médico regularmente para chequeos y asegurarme de que se mantuviera sana. Los médicos que una vez la salvaron ahora la adoraban, y los días de Alice estaban llenos de felicidad, salud y amor.

Alice se había convertido en una parte integral de mi vida. Ya no era la criatura frágil y desesperanzada que encontré en ese frío camino, sino una perrita vibrante y llena de energía, llena de alegría y curiosidad. Se convirtió en mi pequeña felicidad, y la quise como si fuera mi propia hija. El viaje de Alice de la desesperación a la alegría fue un recordatorio de la increíble resiliencia de los animales y el poder de la compasión. Siempre estaré agradecido por la oportunidad de darle a Alice la vida que merecía.
